Los trastornos de conducta como consecuencia de una alteración en el desarrollo del cerebro o de un daño sobrevenido suponen un obstáculo importante en el proceso rehabilitador. Cuando se dan en la edad adulta, estos trastornos consisten en la aparición un grupo confuso de síntomas que cambian la personalidad del individuo. Cuando estos síntomas aparecen en la infancia, no se observa cambio de personalidad, si no que se va desarrollando una personalidad peculiar. Estos síntomas son especialmente persistentes y pueden empeorar si no se pone en marcha una intervención específica, como tratamientos psicológicos a nivel neuropsicológico y cognitivo-conductual, donde entraría la rehabilitación cognitiva, la modificación de conducta y las estrategias cognitivas. Según estudios, muchos pacientes con problemas de impulsividad mejoran con claves ambientales y refuerzos externos, reentrenamiento cognitivo, auto-instrucciones y estrategias meta-cognitivas (Mateer, 1999). Esto se hace aún más relevante si tenemos en cuenta que varias investigaciones demuestran que no hay tratamientos farmacológicos que mejoren algunos estos síntomas.
A mediados del siglo XIX comenzaron a aparecer los primeros
trabajos que documentaban estas alteraciones de conducta y cambios de
personalidad en pacientes con lesiones en el lóbulo frontal. El famoso caso de
Phineas P. Gage en 1823 aportó gran información. En 1888, Mortiz Jastrowitz
utilizó el término “moria” para referirse a la risa descontextualizada y al
humor extraño de algunos pacientes con tumores en el lóbulo frontal. En el
mismo año, Leonor Welt describió la conducta agresiva de un paciente después de
un traumatismo craneoencefálico. Posteriormente, fueron apareciendo otras
descripciones clínicas que añadían rasgos como la impulsividad, el infantilismo
y la conducta socialmente inadecuada.
Actualmente, encontramos tres síndromes frontales,
el síndrome prefrontal orbital que
se caracteriza principalmente por la aparición de un estado pseudopsicopático con cambios de personalidad, desinhibicón, irritabilidad y agresividad, el
síndrome prefrontal dorsolateral que
se caracteriza por la pérdida de flexibilidad mental y tendencia a la perseveración, dificultad para resolver problemas, para el recuerdo temporal de acontecimientos y para realizar actividades motoras, entre otras, y el síndrome medio basal o cingular que se
caracteriza por una ausencia de expresión de cualquier tipo de emoción (mutismo
akinético), apatía e inexpresividad.
En
general, los tres tipos de síndromes suponen una gran dificultad para responder
adecuadamente a las interacciones sociales, con las limitaciones que esto
conlleva a todos los niveles. Pero estas alteraciones también pueden aparecer
en enfermedades neurodegenerativas
cuando hay lesión o pérdida neuronal en los lóbulos frontales, como la
enfermedad de Pick, y en casos de daño
frontal perinatal y en la infancia temprana, que puede producir lo que se
llama “discapacidad de aprendizaje social y de conducta” con aparición de
conductas antisociales.
La recuperación de estos déficits depende de varios factores,
entre ellos la etiología, la extensión y la localización del daño o alteración neuronal.
Los tratamientos farmacológicos han de ser complementarios a los programas de
rehabilitación, quienes ocuparán un papel protagonista. Resulta de vital
importancia la intervención psicológica con los familiares y cuidadores profesionales,
puesto que la familia juega un papel muy importante en la intervención con este
tipo de personas (Sohlberg & Mateer, 2001).
María Guerrero
Psicóloga Sanitaria y
Neuropsicóloga
FUNDACIÓN VIRGEN DEL PUEYO
Fuentes:
Sánchez Cubillo, I., Lertxundi, N., Quemada, J.I., Ruiz Ruiz, R., Trastornos
del comportamiento en el daño cerebral adquirido. Revista Acción Psicológica,
2007; 4 (3): 101-13.
Ardila, A., Ostrosky-Solís, F. Desarrollo histórico de las
funciones ejecutivas. Revista Neuropsicología, Neuropsiquatría y Neurociencias,
2008; 8 (1): 1-21.
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