El ser humano posee la capacidad de adaptarse con facilidad al
entorno que le rodea, concretamente a las situaciones o experiencias más
próximas. Por esta razón los hijos pueden parecerse en muchos aspectos de su
personalidad y comportamiento a uno de sus progenitores sin que ello se deba a
factores innatos o hereditarios.
Generalmente, los niños suelen aprender aquello que ven y oyen más
que lo que se les ordena directamente. Este tipo de aprendizaje se denomina aprendizaje por imitación, tienden a
imitar todo aquello que ven en su entorno más cercano, normalmente en sus
padres.
Cuando nos encontramos con conductas que resultan problemáticas o
inadecuadas y queremos eliminarlas o convertirlas en adecuadas, necesitamos
seguir una serie de pasos previos. Para conseguir un cambio exitoso en el comportamiento
problemático de nuestros hijos es necesario, en primer lugar, describir la
conducta que se pretende modificar de forma correcta.
Tendemos a describir las conductas de forma general y abstracta ("nos da mucha guerra") o a
etiquetar a las personas cuando realizan una conducta que no nos gusta, en
lugar de descalificar únicamente dicha conducta ("es desobediente", "es muy caprichoso", "es
muy malo"). Estas afirmaciones o expresiones tan cotidianas y usuales
son falsas y equivocadas porque no se centran en la conducta concreta que es
nuestro objetivo a modificar. Para seguir un adecuado programa de cambio es
necesario definir la conducta -objetivo- con claridad, en lugar de decir:
§ "Es desobediente"
§ "Es caprichoso"
§ "Es muy malo, se porta fatal"
Diremos lo siguiente:
§ Cuando le decimos que recoja los juguetes del salón, se niega y
sigue jugando
§ Cuando va con su madre de paseo pide siempre que se le compren
golosinas y, cuando no se le dan, patalea y llora sin parar
§ Cuando viene su primo a casa le pega y le grita cada vez que coge
alguno de sus juguetes
Muchas personas piensan además que el comportamiento del niño es
heredado, "es igual que su
padre", "ha salido con el mismo genio que su madre", "es
muy movida, se parece a mí". Estas afirmaciones o creencias son
inadecuadas. No influye tanto la herencia como el ambiente. El ambiente más cercano como la familia y la escuela, son
los verdaderos factores determinantes del proceso
de aprendizaje del niño. Este ambiente nos permite variaciones, cambios que
podemos producir para la adquisición de conductas no aprendidas todavía y para
desaprender otras que son inadecuadas y desadaptativas.
Para llevar a cabo la modificación de una conducta, lo primero que
debemos hacer es llevar a cabo la observación sistemática de dicha conducta.
Tendremos que describirla de forma clara y concreta, en función de la
intensidad con que se produce (cuánto llora, cuánto duerme…), de la frecuencia
(cuántas veces se produce a lo largo de un día, una semana, un mes…) y la
duración (cuánto tiempo dura la conducta, 5 min., 20 min., 1 hora…).
ANTECEDENTES
Y CONSECUENCIAS DE LAS CONDUCTAS
A continuación observaremos el antes (antecedentes) y el después
(consecuentes) de la conducta, es decir, nos centraremos en las situaciones
ambientales que han creado la conducta y las que ha producido ésta. Sabemos que
cualquier conducta es una respuesta a algo, es decir, si tenemos hambre, que
sería el antecedente, nuestra conducta-respuesta será comer. Igualmente, cada
vez que se da una conducta se producen unas consecuencias, así cuando comemos dejamos
de tener hambre. Tanto los antecedentes como las consecuencias están incidiendo
directamente sobre la conducta emitida.
Para identificar los antecedentes, deberemos hacernos preguntas
como: en qué lugares, en qué momentos, con qué personas, en qué situaciones
concretas. Las respuestas que demos a estas preguntas pueden ser probables
antecedentes del comportamiento de nuestro hijo.
En cuanto a las consecuencias, éstas pueden ser muy diversas,
generalmente se trata de la propia respuesta de los padres ante la conducta de
su hijo. Pueden ir desde unas palabras de elogio, de aprobación o premios,
hasta un castigo. Nos referimos a las recompensas
o reforzadores positivos que aumentan la probabilidad de ocurrencia de un
comportamiento, y al castigo como técnica
para intentar extinguir una conducta. En cualquiera de los casos, estas
conductas-respuestas de los padres se pueden convertir en reforzadores de la
conducta no deseada.
Entre nuestra propia conducta, cómo actuamos, y la conducta de los
demás, es decir, su reacción ante lo que hacemos, se establecen varios puntos
de interés que debemos tener en cuenta en la educación de nuestros hijos:
§ Toda conducta que va seguida de una recompensa tiende a repetirse
§ Cuando una conducta no obtiene ninguna recompensa, ésta desaparece
porque no es aprendida
§ Muchas conductas las aprendemos por observación, imitando lo que
vemos en otras personas de nuestro entorno
§ En algunas ocasiones, cuando una conducta va seguida de
consecuencias desagradables tiende a desaparecer
La importancia de los adultos en la adquisición de las habilidades
sociales de los menores, es fundamental. Por este motivo hemos señalado varios
objetivos a alcanzar para conseguir un óptimo aprendizaje:
1.- Ofrecer un modelo adecuado. El adulto debe ser consecuente con
su comportamiento, debe ser habilidoso, en definitiva, debe mostrar a su hijo
todo aquello que quiere que aprenda. Recordemos que el aprendizaje por imitación convierte a los padres en auténticos
modelos a seguir por sus hijos.
2.- Valorar los aspectos positivos. Es necesario alabar y elogiar
a un niño cuando realiza una conducta adecuada, para reforzarla y así quede
aprendida. La recriminación es negativa y fomenta en el niño un alto grado de
inseguridad. Valorar los aspectos positivos de su comportamiento nos ayudará
igualmente a conseguir nuestros objetivos y además desarrollar en el niño su
autoestima y su autonomía.
3.- Facilitar el pensamiento divergente es otro modo muy útil para
fomentar la individualidad y autonomía de nuestros hijos. Se trata de darles a
elegir entre diversas soluciones a sus problemas cotidianos para que decidan
ellos mismos. Así aprenderán a solucionar sus propios problemas. Si nuestro
hijo llega a casa y nos cuenta que le han quitado su juguete en el colegio,
podemos hablar con él y preguntarle qué cree él que debería hacer la próxima
vez, qué solución es la que más le gusta o interesa y por qué, cuál podría dar
mejor resultado… Este diálogo es mucho más aconsejable que una reprimenda por
haber perdido el juguete.
4.- Por último, los padres deben fomentar los ambientes en que sus
hijos tienen que relacionarse con otras personas, bien con adultos o bien con
otros niños. Es importante que los niños aprendan a relacionarse y vayan
desarrollando sus habilidades de comunicación en distintas situaciones
sociales.
Parece que la forma más adecuada de conseguir que una conducta adecuada y deseada se mantenga y se aprenda es mediante lo que nosotros llamamos Refuerzo Positivo. El procedimiento consiste en recompensar, bien sea con premios o bien con halagos, el comportamiento que queremos aumentar en nuestros hijos.
Si deseamos ayudar a nuestros hijos a desaprender conductas
indeseadas y a adquirir en su lugar conductas más adecuadas, deberemos cambiar
nuestra forma de recompensar o no sus acciones.
Un reforzador positivo es un evento que presentado inmediatamente
después de la conducta que pretendemos fomentar aumenta la probabilidad de que
ésta se repita y sea aprendida por el niño. Así, cuando una madre le pide a su
hija que baje a comprar el pan y a cambio recibe un halago o un premio
(caramelos) por hacer el recado a la primera sin tener que repetírselo, la niña
estará dispuesta a hacer los recados en cuanto su madre se lo pida. Actuando
así conseguimos que nuestros hijos
aprendan a realizar una serie de conductas que van a contribuir a su desarrollo
personal.
BERTA
GUERRERO
PSICÓLOGA SANITARIA
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