El
nacimiento de un hijo suele generar en los padres una preocupación importante
sobre su educación, ¿cómo conseguir un ambiente familiar adecuado y
satisfactorio para todos los miembros de la familia?
Muchas
de las conductas que observamos en los niños, así como en el resto de las
personas, son fruto de un aprendizaje que comienza en los primeros momentos de
vida. El conocimiento de los principios psicológicos que rigen este aprendizaje
nos va a permitir llevar a cabo una educación mucho más rica. Estos principios
nos facilitan las herramientas básicas
para conseguir un adecuado desarrollo personal de nuestros hijos, así como un
clima familiar positivo y enriquecedor.
El
objetivo fundamental de una intervención psicológica de este tipo es dotar a
los padres de estrategias para afrontar las dificultades más comunes a la hora
de educar a sus hijos con el doble fin de tratar los problemas actuales y
prevenir la aparición de otros que pudieran terminar afectando a la relación entre
padres e hijos.
Partimos
de la importante influencia de los padres en el aprendizaje de sus hijos.
Principalmente en los primeros años de vida, los padres se convierten en el
único referente que tiene el niño del mundo. Por tanto, va a aprender todo
aquello que vea reflejado en sus progenitores como únicos y principales modelos
en su vida.
Inicialmente,
es importante saber qué conductas estamos fomentando y cuáles no, y si las
conductas que reforzamos son las adecuadas. Debemos tener en cuenta que
cualquier reacción por parte de los padres, bien sea un elogio o bien una
reprimenda, durante o inmediatamente después de cualquier conducta del hijo,
aumenta la probabilidad de que dicha conducta se repita. Si sólo prestamos
atención a sus acciones cuando llora, pega, moja la cama o da la lata,
estaremos reforzando esas conductas, pues con ellas el niño estará consiguiendo
que le prestemos esa atención que reclama. Si por el contrario, cuando el niño
realiza conductas adecuadas y mantiene un comportamiento correcto no le
prestamos atención considerando que es "lo que debe hacer", no
reforzaremos esas conductas, con lo que estaremos contribuyendo a que el niño
deje de hacerlas. De esta manera, las conductas no reforzadas, no llegarán a
aprenderse.
Al
igual que nos vamos a centrar en dar a conocer estrategias para el manejo de
situaciones problemáticas, pretendemos también dar una serie de pautas
dirigidas a fomentar en los niños valores como la autoestima o autonomía
persiguiendo como objetivo un mejor desarrollo tanto en el ámbito personal como
social.
Cuando
un niño nace, no sabe comer, hablar, andar, jugar, leer… Todas estas habilidades
y comportamientos, junto con otros muchos, los va a ir aprendiendo a lo largo
de su vida en función de su desarrollo.
Sabemos
que las conductas forman nuestro comportamiento y que existen varios tipos de
conductas. Así, cuando el niño habla realiza una conducta verbal; cuando llora
o ríe está llevando a cabo una conducta emocional; cuando piensa, fantasea o
imagina, realiza una conducta cognitiva; y, cuando gatea, camina o corre, está
realizando conductas motoras. Todas estas conductas pueden estar determinadas
por dos tipos de factores:
§ Factores
innatos. Entre ellos nos encontramos con
los factores genéticos determinados por la herencia, las conductas reflejas y
los impulsos, necesidades y conductas heredadas.
§ Factores
adquiridos o aprendidos.
Salvo
algunas características básicas como el sexo, el color de los ojos, la
constitución corporal o la inteligencia, la mayoría de ellas se ven
influenciadas por el ambiente o el entorno que nos rodea. De hecho, aunque un
niño posee ciertas predisposiciones naturales, éstas no pueden desarrollarse
por sí mismas. Por ejemplo, si un niño tiene un nivel de inteligencia
suficiente, pero no es escolarizado, probablemente será analfabeto.
A lo largo de próximos artículos, nos
centraremos en los factores aprendidos. La principal característica de estos
factores es que son susceptibles de
modificación. Casi todos nuestros pensamientos, sentimientos y formas de
comportarnos los vamos aprendiendo a lo largo de nuestra vida. Y al igual que
cambia nuestro entorno, cambiamos nosotros con él. Por tanto, todo aquello que cambia nos permite
aprender y todo aquello que aprendemos nos permite cambiar.
BERTA GUERRERO
PSICÓLOGA
SANITARIA
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