LA ESTIMULACIÓN
BASAL:
UNA FORMA DE COMUNICACIÓN
Las personas con discapacidad
profunda, hasta los años setenta del pasado siglo, eran excluidos de los cauces
habituales de la educación y del aprendizaje por carecer de las capacidades
necesarias para llevarlos a cabo. Sin embargo en esta época, el profesor de
Educación Especial Andreas Fröhlich vió la necesidad de dar una respuesta a
este tipo de niños, no sólo pedagógica, sino abarcando al individuo de una
manera holística. La clave de esta visión: la comunicación, en forma de
estimulación basal, entendida como eje vertebrador del resto de esferas del
“yo” (perceptiva, cognitiva, locomotora, corporal, afectiva y social).
Las áreas perceptivas desde las
que parte la estimulación basal son: la sensibilidad
somática, la sensibilidad vibratoria
y el sentido vestibular. A partir de
estas tres áreas denominadas por tanto
“básicas”, se ofertan actividades significativas y estructuradas que van a
permitir tomar conciencia del propio cuerpo de una manera global e integrada,
así como entrar en relación con el entorno más próximo.
De esta manera, Fröhlich define
la estimulación basal como “una forma de
potenciación de la comunicación, la interacción y el desarrollo orientada en
todas sus áreas a las necesidades básicas del ser humano”. Desde este punto
de vista, como afirmaría después Fornefeld, “cada
ser humano posee capacidades, puesto que si no, no existiría”; por tanto,
el educador que utilice esta herramienta debe centrarse en las capacidades, y
no en los déficits, sin exigir condiciones previas.
La estimulación basal requiere
que el educador desarrolle un código determinado con la persona con
discapacidad. Este código se caracteriza por la individualidad ya que cada
persona es diferente a la anterior, y es
necesario por tanto establecer las bases del proceso comunicativo desde sus
mismos cimientos. Consecuentemente, los canales de comunicación no van a ser
los mismos que en el proceso educativo convencional, sino que se empleará por
ejemplo el lenguaje gestual, la mirada o el contacto.
El educador en primer lugar debe
observar detenidamente a la persona, para poder así identificar sus signos
comunicativos y significar cada uno de ellos. Por ello, es necesario
acostumbrarse a esperar la respuesta, durante el denominado “tiempo de
latencia”. El proceso comunicativo en estimulación basal lleva un ritmo propio,
adecuado a cada persona, y que viene marcado por el diálogo somático.
En conclusión, la estimulación
basal posiciona al individuo con discapacidad como actor de su propio
desarrollo. El acto comunicativo que se establece contribuye al proceso de
individuación: permite a la persona aprender que es única, con deseos propios,
y capaz de manifestarlos, reafirmando de esta manera su posición en el grupo
social y su capacidad de compartir sus experiencias.
Concha Gorgas
MAGISTERIO DE EDUCACIÓN ESPECIAL
Dpto. de Estimulación
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